sábado, 19 de junio de 2010

Murió el escritor que quería cambiar el mundo

(Articulo de Clarin que  por una vez el diario se bajo de la derecha para rendir homenaje a un Maestro)

Escribió Saramago: “Morí la noche del 22 de diciembre de 2007, a las cuatro de la madrugada, para “resucitar” sólo nueve horas después. Un colapso orgánico total, un paro de las funciones del cuerpo me llevaron al último umbral de la vida, ahí donde ya es demasiado tarde para despedidas”. José Saramago publicó esto en diciembre de 2008, un año después de aquella “muerte”. Había estado muy muy mal pero mentía Saramago, o casi: nadie ha podido contar su propia muerte. La verdad es esta: el portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, comunista hormonal, caballero a la antigua y blogger, hombre enamorado e intelectual comprometido, murió ayer al mediodía en su cama, en su casa, en la isla de Lanzarote donde había elegido vivir. Murió acompañado por su familia. Tranquilo. De a poco. Humanamente.

El parte dirá “fallo multiorgánico después de una larga enfermedad”. Los cables contarán que tenía una leucemia de larga data. Las precisiones indicarán que había cumplido 87 años. Los detallistas contarán que en las primeras horas de su muerte descansó sobre un paño que le envió un argentino, bordado con la frase: “Estaremos extrañamente conectados a la bondad del mundo”. Los argentinos recordarán que, desde 2005, fue jurado del Premio Clarín de Novela.

El cable no dirá que, aunque su biografía es luminosa, el hombre estaba enojado. “Dejo un mundo peor que el que encontré”, repetía en los últimos años. Y él estaba en esta Tierra para otra cosa.

Lo cierto es que Saramago venía enfermo y cansado. Se despertó ayer, desayunó, se sintió mal. La ambulancia llegó pero los médicos dijeron que no había mucho que hacer. “Aprendí que la muerte es una necesidad y hay que aceptarla”, había dicho a Clarín en agosto de 2008. Así que lo siguiente fue acompañarlo y esperar.
Como él había previsto en aquel texto en el que contó su muerte, la capilla ardiente fue instalada en la biblioteca de su casa, rodeado de libros “y otras flores”. Frente al ataúd, su mujer, Pilar del Río, leyó un fragmento de El Evangelio según Jesucristo, la obra por la que en 1991 lo llamaron “blasfemo” y a partir de la que dejó Portugal, adonde no volvería a vivir, aunque siguió teniendo una casita en Lisboa. Es que Saramago no estaba en el mundo porque sí. En “El Evangelio...”, Dios manda a Jesús a fundar el cristianismo para ganar poder. Jesús trata de arruinar ese proyecto y termina amargado, viendo que el plan de Dios se cumple a su pesar.

Saramago había nacido en Azinhaga, un pueblo que se dedicaba al cultivo del olivo, a unos cien kilómetros de Lisboa, en noviembre de 1922.

No había venido al mundo de paseo, había venido a cambiarlo. Así el niño de Azinhaga fue el adolescente que exprimía la biblioteca de Lisboa, el joven herrero, el hombre que en 1947 publicó su primera novela, Tierra de pecado, y después se llamó a un largo silencio literario: “Sencillamente, no tenía nada que decir”.

Pero no estaba aquí de paseo. Se metió a comunista. participó de la “Revolución de los claveles”, que acabó con la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar en 1974. Quería el socialismo, el socialismo no llegó. En 1980 publicó la que fue considerada su primera gran novela, Levantado del suelo, que ya tenía sus marcas: imaginación poética, humor e ironía con la mirada puesta en la lucha de clases y la pelea contra la dictadura.

Se sentía responsable de cambiar el mundo. Por eso escribía contra las miserias humanas, las miserias del poder, las miserias del capitalismo: del fin de mundo repugnante que estamos construyendo habló en Ensayo sobre la ceguera y no por nada ese libro-parábola se metió hondo en la vida de tanta gente, en todas partes.

La juventud no se mide en años, pareció decir a los 63 años, cuando se encontró a la periodista Pilar del Río, veintisiete años menor que él. Fue un amor de cuento: Saramago paró los relojes de su casa a la hora en que la conoció, gastaron pasajes Lisboa-Sevilla durante un tiempo, se casaron. El tenía setentaypico, ochentaypico y todavía se daba vuelta para besarla, sonreía viéndola moverse por la casa (y por el mundo), le tomaba la mano cuando ella se acercaba a hablarle.

En 1998 ganó el Premio Nobel de Literatura. “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”, dijo en Estocolmo, el día que lo recibió. Hablaba del abuelo de Azinhaga, ese pueblo que ahora lo hacía rabiar: la Unión Europea pagó para que arrancaran los olivos y, contó Saramago, “hectáreas y hectáreas de tierra plantada de olivos fueron inmisericordemente arrasadas”.

Bajo un olivo, el que como una revancha hizo plantar en su jardín de Lanzarote, descansará el autor. Hoy el cuerpo será trasladado a Lisboa, donde habrá un funeral de Estado, y mañana será cremado. Las cenizas se repartirán entre algún lugar de Portugal, seguramente Azinhaga, y su tierra de adopción.
El año pasado publicó Caín, un libro en el que aparece un dios (en minúscula) irracional, malo, egoísta. Un libro contra la obediencia satisfecha en el que por fin Caín derrota a dios. No es una mala manera de recordarlo: vencedor.

http://www.clarin.com/sociedad/Saramago-Murio-escritor-queria-cambiar_0_283171734.html

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